Es imposible trazar el vuelo frenético y majestuoso de una mariposa con un ala rota. Por eso la Callophrys avis
(que también atiende a un nombre mucho más prosaico: cejirrubia), lo
máximo que podía hacer aquel día soleado del pasado abril, en la falda
de la Sierra de Guadarrama, era dar saltitos erráticos sobre un
pedregal. Una situación dramática, pero también providencial: gracias a
su lesión en el ala derecha, Kristian Leahy pudo retratarla con su
cámara. Y, sin quererlo, este aficionado a la entomología descubrió una
nueva especie en la Comunidad de Madrid.
Un año después, tras pasar los filtros necesarios para su publicación
en el censo oficial del boletín de la Sociedad Entomológica Aragonesa
(que refrenda científicamente estos hallazgos a nivel nacional e
internacional), la cejirrubia es la especie de mariposa número 149 en
nuestra región. No lo tiene fácil esta diminuta criatura de alas
verdosas y ojos cobrizos: se alimenta de la hoja del madroño, un arbusto
emblemático de Madrid y, paradójicamente, muy escaso en la Comunidad.
“La encontré por casualidad”, cuenta su descubridor, “de hecho creía que
era otra especie más común, la Callophrys ruby [o cejialba],
pero al llegar a casa y mirar la foto con detenimiento, me fijé en que
tenía la aureola de los ojos de color rojizo, además de otros detalles.
Ahí me di cuenta de que había descubierto algo único”.
Kristian Leahy se puso en contacto con Juan Carlos Vicente y Antonio García, dos eminencias en entomología y autores del libro Mariposas diurnas de la Comunidad de Madrid
(Ediciones La Librería, 2009). Su respuesta fue inmediata: “¡No me lo
puedo creer. ¡Llevábamos décadas buscándola!”. Encontrar a una
cejirrubia no es tarea fácil, y es que su ciclo de vida es un mal
negociado: pasa casi un año como crisálida, escondida en su pupa
metamorfoseándose de oruga a mariposa, y cuando abandona la cápsula
protectora, apenas vive 15 días revoloteando en un radio de no más de
100 metros.
“Debió salir precipitadamente, por eso tenía un ala
malformada”, cuenta Leahy, “tenía mucha impaciencia por ver qué le
esperaba ahí fuera”.
Los entomólogos coinciden en que la cejirrubia debe ser declarada
especie protegida. No solo por su delicado ciclo de vida: también por la
escasez de su alimento en nuestra región. Un estudio de la Comunidad de
Madrid estima que solo quedan unos 200 pies de madroño en la Sierra de
Guadarrma, en berrocales de difícil acceso. El motivo de su paulatina
desaparición podría tener que ver con los sofocantes veranos de los
últimos años, ya que es un arbusto que no debe estar expuesto a la luz
del sol de forma directa y continuada. Algunos historiadores remontan su
crisis a la Edad Media, cuando se consideraba que su fruto tenía
propiedades para curar la peste y los curanderos recolectaron la planta
masivamente.
Sea como fuere, la cejirrubia (que lleva años revoloteando en familia
en otras regiones de Galicia, Portugal o Extremadura) lo tiene crudo en
nuestra Comunidad. “Queremos iniciar los trámites para declararla
especie protegida”, cuenta Juan Carlos Vicente, “que la Comunidad la
incluya en su catálogo de especies amenazadas. El hecho de que haya sido
el primer ejemplar avistado en 200 años de actividad entomológica en la
región, deja claro que no abundan por aquí”.
Sabe de lo que habla:
Madrid recibe al año una cantidad ingente de especialistas y aficionados
a los insectos de todo el mundo que peinan sus campos, por la riqueza
de su fauna. Solo en esta región ya hay 149 especies confirmadas, y en
países como Reino Unido apenas llegan a la tercera parte.
“Madrid es un paraíso para los entomólogos”, opina Leahy, “en la
sierra de Guadarrama hay un micromundo mágico, repleto de belleza, que a
la mayoría de la gente le pasa desapercibido. Solo hay que fijarse un
poco, tener mucha paciencia y, a ser posible, una buena cámara a mano”.
FUENTE: El País
No hay comentarios:
Publicar un comentario