miércoles, 9 de diciembre de 2015

Los animales también se drogan

Cuando los norteamericanos bombardearon Vietnam en los años 60, los búfalos de agua abandonaron sus zonas habituales y fueron a comer a los campos de amapolas, a pesar de que detestan esas flores. No lo hicieron por razones alimenticias, sino para tranquilizarse después de las explosiones. 
  
Los gatos también tienen sus sustancias psicóticas: no se pueden resistir a comer las hojas de la nébeda, también conocida como menta de gato, una planta que les embriaga y excita sexualmente.

Los renos buscan desesperados la seta Amanita muscaria: les vuelve locos el estado de ebriedad que sienten tras comerla. Darwin ya observó ese comportamiento adictivo de los animales hace 200 años en media docena de especies. En los años 70, se amplió a 40. Hoy, entre los etólogos está totalmente aceptado que todos los animales se drogan. 
              
El gran misterio es saber por qué. «Meterse en la mente de todos los animales es imposible, no todos tienen el mismo cerebro. No es lo mismo un insecto que un mamífero», afirma Carlos Pedrós-Alió, investigador en el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona, perteneciente al CSIC

En el caso de los humanos, según la investigación de Pedrós-Alió, el gusto por las drogas viene por la atracción a lo desconocido. «Las drogas nos asoman a otra realidad, como en la metáfora del espejo en Alicia en el país de las maravillas. Los estudios que se han hecho sobre lo que ocurre cuando la gente medita nos dicen que nuestro cerebro es capaz de hacer cosas alucinantes que te llevan a un mundo misterioso», explica. Eso, evidentemente, no nos aclara nuestros orígenes ni lo que hay detrás de la muerte, «pero sí que ayuda a entender por qué tenemos religión y ese afán de espiritualidad», añade. 

¿Y en los animales? Parece que se trata de algo más práctico, al menos en algunas especies. Hay ciertas hormigas, las ganaderas, que capturan a coleópteros, los meten en el hormiguero y los alimentan, limpian y cuidan. El vientre exuda gotitas de una sustancia adictiva que las hormigas chupan por turnos. Los chimpancés imitan más a los humanos, por ejemplo, en el consumo de tabaco.
Lo que está claro, según el investigador del CSIC, es que todo surgió como una guerra por la supervivencia, como una defensa biológica de las plantas contra los animales, las cuales se defienden de los depredadores generando sustancias químicas que resulten desagradables para éstos. Pero dichos componentes no siempre provocan repulsión. «El cerebro es pura química, y si encuentra una molécula de una planta que se parece a un neurotransmisor, le resulta irresistible porque le altera», afirma Pedrós-Alió. Incluso hasta el punto de hacerle perder la conciencia o dejarlos al borde de la muerte.

Las abejas, por ejemplo, están desapareciendo en algunas zonas porque se sienten más atraídas por las plantas que tienen contaminantes. Las moscas lamen un ácido que supura la roja caperuza de la seta, y quedan embriagadas, catatónicas, aturdidas al extremo. El sapo aprovecha su estado de sopor para engullirlas. O, quizá, para drogarse él también.
                

¿Por qué los animales buscan esas sustancias si al ingerirlas pierden capacidad de reacción, la base de la supervivencia? Si aparece un depredador cuando estás medio colocado, está claro que tienes muchas más posibilidades de que te cace...

Algunas teorías, como la que mantiene el etnobotánico italiano Giorgio Samorini, autor del libro Animales que se drogan, sostienen que esa conducta cumpliría cierta función evolutiva en las especies. «Salirse de comportamientos básicos ya conquistados (alimentarse, reproducirse) tiene sus costes, pero a la vez, abre posibilidades adaptativas nuevas», afirma Samorini. 

Quizás los animales no buscan en un principio el componente psicoactivo en las plantas, sino otras propiedades, medicinales o alimenticias, pero se topan con los efectos psicóticos... y les gusta.

FUENTE: El Mundo

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