lunes, 4 de enero de 2016

Salvar el Ártico exige actuar sobre el cambio climático y la contaminación

En los últimos100 años las temperaturas en el Ártico han aumentado dos veces más que la media global. Hace pocos meses hemos visto las imágenes de la migración forzada de miles de morsas hacia tierra firme ante la desaparición de las plataformas de hielo que constituyen su hábitat natural. Estas fotografías nos recuerdan, una vez más, que es hora de poner en marcha un plan contra el cambio climático si queremos salvar el Ártico.

 

Como ciudadanos de países árticos nos sentimos especialmente preocupados por la vulnerabilidad de la región y de sus ecosistemas ante el cambio climático. La incesante disminución de las placas de hielo y de nieve marina provoca la desaparición de hábitats enteros, amenaza a especies únicas, como el emblemático oso polar o las morsas, y pone en jaque a las formas tradicionales de vida de los pueblos indígenas de la zona. 

El Consejo Ártico, un foro intergubernamental que discute asuntos a los que se enfrentan los gobiernos de los países árticos y los representantes de pueblos indígenas, ha tomado el papel protagonista en el seguimiento y la difusión de las consecuencias en el Ártico del cambio climático, así como de los efectos para la sociedad y el medio ambiente.

Las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero no son la causa única del cambio climático en el Ártico. Varios integrantes de la contaminación atmosférica, como el carbono negro, que se produce por la incompleta combustión de combustibles fósiles o de biomasa, tienen también un papel determinante. El carbono negro, una vez depositado sobre las superficies heladas, absorbe la luz solar acelerando el proceso de deshielo.
Claro está, la pérdida de hielo y nieve en el Ártico no es sólo un problema regional, el mundo entero sufre sus consecuencias con el incremento del nivel del agua en mares y océanos, o el aumento de la temperatura global.

Somos la última generación capaz de frenar el cambio climático. Si fracasamos, será un error histórico. Si queremos actuar, tenemos que hacerlo de inmediato. Por esta razón, coincidiendo con la celebración de la COP21 en París, nos gustaría llamar la atención sobre los beneficios de abordar el cambio climático y la contaminación de una manera integrada.

La contaminación atmosférica y el cambio climático son dos fenómenos distintos pero que están íntimamente ligados, ya que el uso de combustibles fósiles es la principal causa de ambos. Por esta misma razón, cuando actuamos para reducir la contaminación - que por sí sola y según datos de la Organización Mundial de la Salud causó 7 millones de muertes en el mundo en 2012, confirmándose así como el factor de riesgo medioambiental número uno para la salud -, estamos contribuyendo a mitigar los efectos del cambio climático.

En un primer momento, los efectos de la contaminación se aprecian especialmente a nivel local, sin embargo, un número importante de partículas se transporta a través de fronteras, incluso cruzando varios continentes. Este fenómeno es más que evidente en el Ártico, donde el 50% del carbono negro registrado proviene de Europa. 
 

Se trata de un argumento más para subrayar la necesidad de aunar esfuerzos a escala internacional para reducir las emisiones y preservar así el Ártico. Ya existen algunos ejemplos de acciones coordinadas que persiguen reducir los contaminantes. Por ejemplo, el Convenio sobre la Contaminación Atmosférica Transfronteriza a Larga Distancia, auspiciado por UNECE y que cuenta con 51 países firmantes - incluidos España y todos los países árticos.

Este acuerdo establece los niveles máximos de emisiones para una serie de partículas contaminantes y contribuye por lo tanto a mitigar el cambio climático. Este tratado pionero fue adoptado para resolver el problema de la lluvia ácida en el norte de Europa durante los años 70. Es un claro ejemplo del éxito que el esfuerzo y la acción colectiva de varios países pueden lograr ya que, desde 1990, gracias a él se han reducido entre un 40 y un 70% las emisiones de algunos de las partículas más nocivas en Europa, y un 40% en Norteamérica.



FUENTE: El Mundo

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